MITOS Y LEYENDAS

MITOS Y LEYENDAS

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Un meteorito colombiano
En el año de 1810 un objeto caído del cielo impactó el pequeño pueblo colombiano de Santa Rosa de Viterbo. Ubicado en el departamento de Boyacá, en las cercanías de la ciudad de Tunja (entonces importante población colonial), Santa Rosa era uno de las decenas de pueblitos que adornan los campos de esta región colombiana.


La fecha no pudo ser más importante: un viernes santo. Al día siguiente varios jóvenes encontrarían restos de aerolitos y una mujer hallaría una gigantesca roca de 700 kilogramos que fue trasladada a la plaza principal.


La historia del meteorito (que casi termina siendo robado por un explorador estadounidense un siglo después) es bastante interesante, pero no hay mucho que decir al respecto. Importa más aquí la reacción de los habitantes de la región a la caída del cuerpo celeste.

Presagios…                                
Y es que resulta apenas natural que las personas sientan un impacto de este tipo como la materialización de algún tipo de presagio, una forma por la que el Señor (recordar que estamos en un contexto católico) nos indica la llegada de tiempos aciagos. La fecha (viernes santo) tampoco pudo ser más diciente: es en este día que Cristo sufre el camino al calvario: el suceso no podía indicar menos que sufrimiento.

Fueron muchos quienes lo tomaron así. Tiempos de cambio estaban por venir, tiempos en los que se enfrentarían posiciones antagónicas (el bien y el mal) y que traerían grandes desgracias a un pueblo que, hasta entonces, había vivido en relativa paz.

No se equivocaban: aquel mismo año ocurriría el grito de Independencia, que sellaría el inicio de una cruenta década de guerra y casi un siglo de conflictos internos.
El destino del meteorito
Por un siglo el meteorito permaneció en el municipio de Santa Rosa, exhibido en la plaza central como el recuerdo de aquel día que llovieron rocas candentes del cielo. Pese a que el Museo Nacional estaba interesado en llevarlo a Bogotá (incluso lo habían comprado al municipio en 1823), el peso, de más de 700 kilogramos, dificultaba mucho tal hazaña.

En 1906 un profesor de la Universidad de Rochester, de visita en el municipio, comenzó a negociar con los locales la compra del meteorito a cambio de un busto del General Rafael Reyes (entonces presidente de la República). Aprovechando el buen recibimiento intentó llevárselo en la noche de una cena, con la ayuda de 50 personas, pero fue descubierto y el meteorito continuó en Colombia. Algún tiempo después se dividiría en varios trozos para ser estudiado y en la actualidad solo el 50% permanece en su país de origen.

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